lunes, 25 de diciembre de 2017

El ocaso


La playa estaba desierta. Una barca de madera varada casi a la orilla y un albatro sobre la punta de la proa, rompían la soledad del paisaje. Según se acercaba, pudo comprobar cómo la pintura del casco estaba carcomida por la salitre, imposibilitando incluso la lectura del nombre de la pequeña nao.

A esa hora de la tarde, el sol no calentaba lo suficiente y el levante se adueñaba de la situación, por lo que se guareció sobre el costado de la barca que miraba hacia el interior de la playa. No era una playa de arena blanca y harinosa, sino oscura, basta, y llena de piedras bien pulidas y redondeadas por el paso del tiempo. Como él, como todo su ser. Tuvo la sensación de haber estado allí, pero no recordaba cuando. Se giró un poco para poder ver y oler al mar,  a ese mar que era lo único que le quedaba, y decidió que era el momento de comenzar a buscarla. Como cada día. Como todos los días. 

Empezó por el horizonte. Como si fuera un inmenso baúl, quiso escudriñarlo palmo a palmo, con la simple ayuda de sus maltrechos ojos e iba recogiendo  todo lo que en este se iba encontrando. Por un momento volvió a ser niño. Recordó a sus padres y hermanos. Saboreó de nuevo en sus labios su primer beso, pero ni un vestigio de ella... Aun así, nada en concreto. Destellos de algo que ocurrió pero sin colores, sabores, nombres. Nada. El más absoluto de los vacíos. Pero el sol, en su eterna lucha por ganarle  unos segundos al ocaso, le lanzó un guiño, y de la nada brotaron recuerdos. 


Allí estaba, sentado en el interior de "la estrella del atardecer", la barca que había construido con sus propias manos. Navegaba meciéndose sobre las olas con la pericia de un patrón experimentado, dirigiéndose hacia esa playa que ya recordaba. Y desde la mar, sentado a la vera del timón, la veía andar entre las piedras con un vestido blanco, moviéndose con sutileza mientras su pelo era una extensión de la brisa con la que la mar la acariciaba hasta dejar su cara a merced del sol. Entonces sus ojos se convertían en dos astros. Dos inmensos horizontes donde por fin se perderían para el resto de sus días. Dos mundos infinitos donde nada ni nadie podía  romper ese sueño.

El sol ya se escondía en ese horizonte y la temperatura bajó hasta erizar su piel. Ensimismado aún con ese regalo, no quería moverse de allí. 

Se cruzó de brazos dejando a la vista sus ya viejas y arrugadas manos, como si la mar se hubiera encargado de darlas forma por estar en perpetuo contacto con sus aguas. No las reconocía. Metió una mano en un bolsillo de su raído pantalón, y sacó una fotografía en blanco y negro.  En ella había una mujer bellísima. La miró como si mirará a una desconocida, a una extraña. Y acto seguido comenzó a llorar.

Suspiró, mientras miraba a ese horizonte anaranjado. Los últimos rayos de sol daban ya poca luz y una luna incipiente se posicionaba majestuosa sobre su cabeza. Se levantó, y apoyó sus viejas manos sobre la popa de la barca, y empezó a empujar con vehemencia para hacerla llegar a las frías y oscuras aguas mediterráneas. Y después de sacar fuerzas desde lo mas profundo de su ser, consiguió que la embarcación flotara sobre las aguas, mientras se aupaba a esta entre lágrimas. 

Y allí, encima de la vieja "estrella del atardecer" se tumbó para que la mar le llevará a esa eternidad donde sus recuerdos fueran imperecederos. 





martes, 5 de diciembre de 2017

Un relato negro

- Te odio. Así, sin más. Es un odio hasta las últimas consecuencias. Que te mueras. ¡Quiero que te mueras!. Y mira que lo imploro, pero ¿dónde está Dios o el mismísimo demonio para que se lleve a este hijo de puta?, u ¿os lo tengo que enviar yo?.  Si debe de ser así, se hará, pero para algo que os pido, no aparecéis ninguno de los dos, cabrones.

- Perra vida. Ya no aguanto más palizas, más insultos, más vejaciones. No quiero seguir sintiendo miedo. Llevas humillándome desde que íbamos al colegio, y sigues haciéndolo aquí, en la universidad, valiéndote de tu cuerpo, fuerza y envergadura.  Y cada vez que lo haces sonríes y te ríes abrupta mente sabiendo de tu posición dominante sobre una persona mermada y lisiada como yo.  Pero todo tiene un límite, y el mío ha llegado. Y las pagarás. Claro que las pagarás, una a una, y lo último que verán tus ojos será mi sonrisa...

Aquella mañana de Octubre se dirigió a un café del centro de Leganės donde había quedado con una persona a través de Internet, al que le había comprado ketamina. El plan era muy sencillo. Todos los jueves a las seis y media de la tarde le llevaba una cantidad de dinero, y un gramo de cocaína. Mezclaría ambas drogas y el resto sería pan comido. Compró también una lata de cerveza a la que con la ayuda de una jeringa con una aguja muy fina, inyectó también ketamina, para dirigirse posteriormente al baño habilitado para minusválidos en la planta primera del edificio de periodismo.

- Llegas tarde lisiado. ¿traes lo mío?
- Aquí lo tienes - le dijo.

Antes de darle su encargo, se sacó la cerveza como si se la fuera a tomar, apostándose sobre la pared embaldosada y, nada más abrirla,  el mismo que le atormentaba desde que tenía uso de razón se la quitó de un zarpazo para dar un trago largo, dejando vacía la lata y eructando bruscamente como si fuese un macho alfa.

Fueron unos segundos solamente cuando le empezaron a fallar las piernas. Inmóvil en el suelo, solo podía pestañear. Su respiración era casi imperceptible, y al verme sacar el material de mi mochila empezó a sudar por todo su cuerpo al que ya había previamente desnudado. Empecé a introducir pequeñas astillas de madera entre sus uñas de las manos y de la pies, y ayudado por un pequeño martillo de relojero, fui clavando las astillas hasta que le apareció la sangre. Sus lágrimas se hicieron presentes así como la dilatación de sus pupilas.  Una vez ahuecadas las uñas, y con unas tenazas, comencé a tirar una a una hasta arrancarlas. Que placer.  No podía articular palabra pero sus ojos eran todo un torbellino de sensaciones.  

- ¿Te duele?,  ¿quieres que pare?. Esto solo ha comenzado, pero tranquilo, hoy dormirás eternamente.

Sacó la jeringuilla donde quedaban 10 mililitros de las drogas y sin mediar, le pinchó en el cuello para que llegara antes al cerebro.  

- Serán cuatro minutos, cinco a lo sumo. Empezarás a sentir un dolor terrible por todo tu cuerpo. Y aquí estoy, riéndome en tu cara. Viendo como tu aventura se esfuma de este mundo. Pero tranquilo amigo mío.  A ese infierno al que te mando, estaré junto a ti, como ha sido siempre. Mírame bien que vamos a viajar juntos nuevamente.

De su bolsillo saco una pistola con la que se disparó en la sien, cayendo sobre el cuerpo desnudo de su maltratador

y quedando una cara frente a la otra. Un semblante de terror y otro como si estuviera navegando en un mar de calma.  

El mismísimo diablo les estaba esperando en las puertas del infierno.



domingo, 5 de noviembre de 2017

La vuelta

Caminaba con la cabeza gacha, como si no quisiera ver  más allá de lo que la vista abarcaba tras el siguiente paso. Su zancada era lenta y torpe e iba arrastrando sus pies por un camino repleto de barro. La lluvia, persistente desde antes del amanecer, se inmiscuía entre sus harapos, y una posición encorvada le hacía parecer un viejo lugareño caminando hacia el ocaso de sus días. Las finas gotas de agua dejaban regueros por su cara, donde las lágrimas se mimetizaban para no dejar huella de su presencia.


- No te vayas, por favor. - Le dijo su madre.
- No tengo ya sitio aquí. Padre me repudia por lo que soy, y prefiere mi ausencia a la vergüenza de verme junto a vosotros. 
- Ya sabes como es. Le puede más su posición social que sus sentimientos, pero estoy seguro que en el fondo, te quiere aquí, junto a nosotros.
- No es cierto. Ayer mismo me repudió delante de los vecinos. Me espetó que era una atrocidad lo que la naturaleza había hecho conmigo. ¿Que he hecho yo aparte de enamorarme? ¿Que mal hago a mi familia por querer y sentir como lo hago?. No hay vuelta atrás, madre. Me iré antes de que amanezca.

Seguía caminando con paso lento pero constante. Iba cubierto por un jubón que le cubría casi la totalidad del cuerpo, un viejo sombrero de ala, requisado furtivamente a su abuelo de los que se utilizaban en los tercios de Flandes, y un hatillo donde guardaba las pocas pertenencias que había recogido antes de partir. Dejó por un momento su ensimismamiento, cuando escuchó el rodar de un carro y el relinche de los caballos que tiraban de él.  Aminoró la marcha y se puso a la linde del camino para que el carro pudiera pasarle sin dificultad. Cuando este llegó a su lado, escuchó claramente la voz de su hermano.

- Sube. No querrás llegar a puerto con este aguacero.
- Cuando se entere padre que has venido a llevarme, las pagará contigo. Vuelve. No seas imprudente y regrese a la casa junto a madre y la abuela.
- Quiero que vuelvas conmigo. Si te vas, darás razones a padre para pensar que lleva razón. Y no la lleva. Además, madre moriría sin ti a su lado. Ya sabes, eres el favorito. - Dijo con una sonrisa mueca.
- ¿Para qué?. ¿Para que me repudie, me humille y me insulte? ¿Para que cada vez que intente verme con José, lo tenga que seguir haciendo a escondidas?. Hay cosas que no quiero que vuelvan a pasarme, y es mejor partir, y buscarme la vida en otros paramos.
- Mira hermano. Quizás nunca haya tenido el valor de enfrentarme a padre, pero ha llegado el momento de ello, de demostrarle que tu eres parte de nuestra familia, y que si la familia se rompe, el será el único responsable. Madre está de acuerdo, y la abuela, a pesar de las ya muchas primaveras vividas, también. Es hora de volver a la casa y ponernos en nuestro sitio.
- Pero, ¿que será de José?. Lo amo, y estar allí, sabiendo que no lo podré ver, me mata.
- Creo que tendrás que dar un paso al frente, y yo te secundaré. La vida está hecha para valientes, y es hora de que el mundo comprenda que cuando hay amor, sólo hay cabida para corazones, dando igual las personas, sean cuales sean.


El sol comenzó a abrirse paso de entre las nubes, mientras las últimas gotas de lluvia golpeaban los charcos del camino. Se secó sus lagrimas con el antebrazo y suspiró. Era hora de regresar a casa y dar forma a su futuro.

jueves, 12 de octubre de 2017

Un giro inesperado

Hacia calor. El termómetro del vehículo marcaba cuarenta y dos grados a las doce y media del medio día, mientras iba circulando con las ventanillas abiertas, dado que el aire acondicionado del coche no funcionaba. Maldije al "veranillo de San Miguel" por no faltar a su cita, por hacer que ese día fuera hasta ese momento un día de mierda. La contaminación que había en Madrid acentuaba la sensación de calor, y para colmo, una circulación saturada, y que el humo del vehículo de delante me entrara por las dos ventanillas abiertas, estaban consiguiendo que mi cabreo aumentará al ritmo de los grados de temperatura, y de la canción "despacito" que para colmo se escuchaba a todas las horas y en todas las emisoras de radio.  


Aparqué en zona azul, y puse sobre el salpicadero del coche un ticket validando treinta minutos de tiempo. Recoger un encargo no debía de suponerme más de diez minutos, así que me dirigí al comercio apenas unos pasos al lado de donde había aparcado. La puerta estaba cerrada, y había un cartel que ponía "por la puerta de atrás". Anduve con paso firme hasta llegar a una puerta metálica abierta, de estas que se "enrollan"en el techo. Al pasar hacia su interior, tuve que ir esquivando los muchos obstáculos que me iba encontrando al paso, palees con cajas abiertas rellenas de formularios, trozos de listones sueltos quebrados de  algunos palees rotos, sillas viejas de madera de esas enteladas, una máquina carretilla. Incluso tuve que esquivar algunas heces, posiblemente de algún gato que se ha hecho ocupa en el almacén. Vamos, un sitio de mierda, como el día. Antes de llegar a una mesa de madera, muy desgastada y con síntomas de tener más años que la reina madre de Inglaterra, vi salir de una puerta a mi izquierda a una mujer. Según se iba acercando comprobé como los vaqueros le ajustaban a la perfección sobre sus piernas, una camisa blanca ligeramente desabrochada justo hasta donde un colgante en forma de piedra, de color negro azabache, rozaba el surco de sus pechos, una fina americana negra cubría su espalda y sus hombros. Su cuerpo, era una Venus. Delgada de piernas, cintura contorneada, buenos pechos, una cara delgada con las facciones marcadas, y unas gafas de pasta que la hacían parecer una joven profesora universitaria.

  • Buenos días. ¿Que desea?. Me dijo.
  • Vengo a recoger un paquete. Esta a nombre de Jesús Jiménez.
  • Ah si. Me llamo ayer indicándome que mandaría a alguien a recogerlo.

Se dio la vuelta para dirigirse a una estantería metálica, donde había una caja de cartón de mediano tamaño. No debía de pesar mucho porque lo cogió y lo acerco sin ningún problema. Lo depositó sobre la vieja mesa de madera.

  • Son trescientos setenta euros.
  • ¿Qué?. Nadie me dijo que tuviera que pagar nada...

De pronto, se oyeron muchas pisadas y tres disparos, que alcanzaron a la profesora de la universidad, cayendo muerta al instante.

  • No disparen por favor. Sólo soy un mensajero. 

Se me acercó una persona, vestida con un traje negro, muy demacrado, con los ojos muy metidos en las cuencas, que  dijo:

  • Eres el hijo de Julio Jiménez. Tenemos un mensaje para tu padre. Nos quedamos con el pedido, y le devolvemos a su hijo con cuatro disparos en las piernas, para que sepa con quien esta jugando.  

Pum. Pum. Pum. Pum.   


Muerto de dolor, y en medio de dos charcos de sangre, la de la tía buena que estaba ya camino del infinito, y la mia, conteste, entre balbuceos.

  • No, mi padre no es Julio Jiménez. Se llama Jesús, hijos de puta.  Mi padre es un sacerdote De la Iglesia de los últimos días, y la caja son biblias. Os habéis equivocado.


El mismo que le pegó los tiros en las piernas, se agachó hasta tener su cara a unos centímetros de la suya, para decirle:

  • Así es la vida. Hoy le tocó a la buenorra esta, pero otro día te puede tocar a ti. Mira siempre quien va detrás de tus pasos. No nos has visto nunca, y si me delatas, estos que andan detrás mía sabrán que hacer contigo y con tu familia.  Así que discúlpame por el lapsus, y hasta nunca.


Definitivamente, había sido un día de mierda.

martes, 12 de septiembre de 2017

Las letras

Una suave brisa movía las afiladas hojas de las palmeras que tenía frente a su terraza a esas horas de la noche, produciendo un suave y agradable tintineo que se rompía con las pocas rodadas de los automóviles que circulaban por la vía a esas horas de la madrugada.  El silencio estaba a merced del viento, y el roce de este sobre su piel le producía una sensación de bienestar que se agradecía después de tres noches de muchísimo calor, donde el sudor, el sofoco y la agitación nocturna, se adueñaron de él en su pequeño recinto de verano. Lugar intentaba recuperar la cordura e inspiración totalmente necesarias para su faceta “pseudoescritora".


Tenía sobre la mesa tres botes de cristal. O vasijas. O como lo quieran llamar. Eran de esas que las madres utilizan para llenar de legumbres, de sal, de azúcar, o de cualquier otra cosa. Una de estas, contenía hasta la mitad, piedras pequeñas perfectamente pulimentadas y de cantos rodados, en los que los colores blanco, gris y negro predominaban sobre algunas otras de color verde turquesa y anaranjadas. La otra, contenía también hasta la mitad,  distintas conchas de moluscos muy coloridas, ostras, vieiras, berberechos, almejas,  y alguna otra que no sabría nombrar a qué familia del reino animal pertenecían. Ambas vasijas, las había convertido en modernas lámparas de led, que le proporcionaban una luz blanca que siempre le acompañaba para intentar componer textos en esas noches veraniegas.

Decidió mirar un rato al cielo estrellado para relajar la vista, y pudo comprobar como un ejército de estrellas imperaban sobre el majestuoso cielo de esa parte del mediterráneo.  Incluso pudo ver alguna lágrima de San Lorenzo hacer un pequeño recorrido efímero, sin más tiempo que el de un pestañeo, hasta desaparecer y no dejar mas rastro que el del recuerdo. El viento soplaba del norte, y traía consigo un escuadrón de nubes, que empezaron a apagar una a una el brillo que las estrellas propiciaban desde el cielo. La luna, casi plena, no podía más que entregarse a la derrota, cuando el ultimo nubarrón acabó por dejar la noche a oscuras, salvo por la luz de las tres lámparas que estaban sobre su mesa. En ese momento, el viento tomo protagonismo y sopló con más vehemencia, haciendo un remolino de hojas secas y ramas, que  crujían entre sí hasta que se volvieron a esparcir calle abajo. Su piel comenzó a erizarse y recurrió a la ayuda de una vieja rebeca de hilo fino que tenía en un mueble alto del salón. Pasó a por ella y se la puso sobre los hombros.


Cuando salió nuevamente a la terraza, la luna se había hecho un pequeño hueco entre las nubes para iluminar de blanco las oscuras aguas nocturnas del Mediterráneo. Se sentó sobre una raída hamaca para coger el Ipad y retomar sus escritos. Abrió el programa de textos, posicionándose en el final de lo último que había escrito. Y entonces es cuando las vio saltar de entre las letras…

  • Tenemos que hablar. Le escribieron .
  • No hay nada de qué hablar. O mejor dicho, de escribir. Y creo que esta conversación no tiene mucho sentido. Escribió.
  • Tiene todo el del mundo. Estamos cansadas de tus  escritos,  siempre tristes, melancólicos, siempre evocados a tiempos pasados donde tu corazón emanaba ese amor que adoleces. Parece que no sabes sacar partido a mis hermanas ni a mi. Entre nosotras formamos este idioma, uno de los más utilizados por la humanidad. Cervantes nos hizo famosas en el mundo entero utilizando más de trescientas mil palabras para ese famoso “Quijote” de las cuales, más de veinte mil eran  distintas entre sí.   ¿Y esto es lo único que sabes hacer? 
  • Cada uno escribe de lo que quiere. ¿Quienes sois  vosotras para decirme lo que tengo que escribir?
  • Estamos cansadas de ver florecer tus lágrimas, de que rocíes con estas los muchos papeles que luego desaparecen sin más en esa vieja papelera, o mojes esta herramienta infernal que se va apoderando de tantos y tantos, olvidandonos de las viejas plumas de tinta o lapiceros. Estamos cansadas de que malgastes tu tinta en escritos que no verán la luz. Estamos cansadas de ver como olvidas otros términos, otros conceptos, otras composiciones. Estamos cansadas de no verte sonreír.  

La situación era surrealista.   Digamos que en el texto que estaba escribiendo, las letras se levantaban del mismo juntándose a conciencia para posicionarse formando las palabras, como una composición que se crea automáticamente en tres dimensiones. 

Debió pensar que estaba un poco borracho, o cansado.    Antes tomó alguna copa de champagne que pudo haber  influenciado a su subconsciente. 

  • ¡Dejadme en paz!. No necesito vuestra ayuda ni de vuestro consejo. Además, nadie se escribe para comunicarse con las letras de sus escritos. Me estáis volviendo loco. 
  • Hemos hecho algo que jamás habíamos hecho antes. Tú, y sólo tú tienes el don de vernos más allá de tus frases, escritos y relatos. No desperdicies tu talento recordando a quien te rompió el corazón. Ve más allá de sus ojos, escucha el latido de otros corazones. Mira por encima del horizonte. Descubre nuevos sabores. Huele otras pieles y siente otros labios. ¿Cuanto tiempo hace que no haces el amor?. Comunícate en otros idiomas. Haz todo eso que siempre deseaste hacer y que siempre has pospuesto. Te damos seis meses para ello. No escribas hasta entonces.  ¿Podrás?
  • Lo intentaré.


Seguía corriendo esa brisa que por la noche erizó su piel. El amanecer estaba llenando de color la mañana y el ejército de nubes había desaparecido.  Dormitaba aún sobre la hamaca cuando el graznido de unos albatros le sobresaltaron. Se incorporó de un salto y se estiró todo lo que pudo para enderezar su espalda curvada por haber pasado tantas horas sobre la hamaca. Miro hacia la mar. A ese mar que sólo le producía nostalgia y al que le había entregado sus penas. Se giró ciento ochenta grados para buscar su ipad. Estaba en el suelo. Casi seguro que se le había caído de entre sus manos al quedarse dormido. Lo recogió y comprobó que estaba en perfecto estado. Encendió el aparato y abrió el programa de textos donde escribía.  Había desaparecido el texto, salvo una pequeña frase que decía: “no muere quien perece sino quien desiste”.

Apagó el ipad, y apoyado en la baranda de la terraza, seguía oteando pensativo, perdido y  absorto sobre lo acontecido en la noche.  Respiró profundamente, y sin dejar de mirar a la mar, la prometió sonreír.  Una ola de grandes dimensiones, dibujo una sonrisa entre las aguas. Era hora de empezar a descubrir todo aquello que se había imaginado esa noche…

O no.













martes, 18 de julio de 2017

La búsqueda IV

La velada estaba siendo perfecta. Se había pasado esa mañana por la oficina de correos, y con la excusa de enviar una postal a unos amigos de la capital, le dio las gracias a Natalia por lo que había hecho por el durante el tiempo que llevaba en el pueblo, y la invitó a cenar. 

Había elegido un restaurante asiático situado el las afueras del pueblo y con una buena reputación en la zona. Sus paredes  revestidas con palés de madera donde se engarzaban jardines verticales con una amplia variedad de vegetación, una infinidad de lamparas blancas que representaba a los globos chinos, que parecían estar flotando bajo el techo de la sala, y unas inmensas vidrieras donde entraba muchísima luz natural, hacían del lugar un recinto mágico.

Había elegido una mesa dentro de un reservado. Estaba entre dos paredes repletas de plantas verticales que dejaban caer hacia el suelo su vegetación repleta de helechos, cáscara de nuez, lágrimas de bebé, y alguna begonia para dar colorido y así romper los tonos verdes de las otras plantas. Del techo caía una inmensa lámpara de cristales que simulaba a finas gotas de lluvia y que daba luz blanca únicamente a una mesa negra como el ébano de forma cuadrada. Sobre esta, dos manteles individuales de bambú. Encima de cada uno, dos servicios completos: dos tenedores, dos cuchillos, dos copas de cristal, una para vino y otra para agua, y unos palillos chinos. Todo perfectamente ordenado y colocado. Entre las dos paredes y hacia la parte del restaurante una cortina muy fina en tono marfileño, aunque se parecía más a la tela que se utiliza en las camas con dosel. En la parte opuesta, una inmensa vidriera completamente transparente con vistas a un jardín tropical. A ambos lados de la mesa, depositados sobre el suelo y con una altura de metro y medio aproximadamente, dos imponentes esculturas que simulaban a guerreros de Siam. Era un reservado muy especial. Y privado.

  • Traerme a este lugar así, sin más, después de haberme rechazado mis invitaciones tantas veces… no se, no se… Dijo Natalia.
  • Somos amigos. Me ayudaste mucho cuando llegué al pueblo. Es una forma de agradecerte lo que has hecho por mi.
  • ¿En un reservado? ¿Tienes miedo de que nos vean juntos?
  • Había pensado que en la tranquilidad están los buenos momentos, las buenas conversaciones, y así poder contemplar a una mujer guapa, sin que nada ni nadie pueda hacer que me distraiga.
  • Parece que estas hablando por la radio, no hagas que me sonroje.
  • No te hagas la ingenua por favor. Eres una mujer muy  guapa, y tremendamente atractiva.  Cogió su copa de cava, la levantó mientras miraba al verde de sus ojos sin pestañear, invitándola a que le acompañara en el gesto.
  • Eres un encantador de serpientes, pero no puedo negar que desde que llegaste, tu fuerte atractivo me ha llamado la atención. Eres una persona  con facilidad para desarmar a cualquier mujer.
  • ¿Donde quieres tomar después una copa?
  • No soy mujer fácil ¡Eh!. Y con lo que he bebido en la cena ya he cubierto el cupo de alcohol. Creo que es mejor que me dejes en mi casa.

Habían llegando a donde vivía Natalia. Ya en la puerta, aparco sin apagar el vehículo como gesto de respeto y de no intentar nada. Al menos, esa noche. 

  • Gracias por aceptar mi invitación. Estaba en deuda contigo.  Espero que te haya gustado la velada. 
  • Me ha encantado. De verdad. ¿Dónde te vas a tomar esa copa?
  • Bueno, tomar copas sólo fue mi deporte favorito durante una época de mi vida. No quiero volver a ese viejo hábito. Me voy para casa y prepararé algo para el programa de radio.
  • Si quieres esa copa en mi casa.. Le insinuó Natalia mientras salía del vehículo sin apartarle la mirada.

No había dado tiempo a nada más.  Tras cruzar el umbral de la puerta, el se abalanzó hacia sus labios para besarla. Y ella se entregó a sus brazos. Mientras se besaban, se iban desnudando mutuamente mientras ella le conducida hacia un inmenso sofá que había en el salón. Natalia le empujó hacia el, quedándose sentado, y sin tiempo para reaccionar se sentó sobre el mientras su miembro ya se deslizaba por sus adentros. Y allí, donde el calor que desprendían dos cuerpos repletos de deseo, intercambiaron posiciones, juegos y roles, hasta que encontraron la habitación de Natalia, donde se confesaron deseos prohibidos hasta entonces y que hicieron realidad.  Y reiniciaron nuevamente un incendio de pasión que sólo pudo ser sofocado por los primeros rayos del alba


Habían transcurrido tres días desde aquel encuentro. Tenía que dar forma al plan por lo que decidió acercarse a la  estafeta de correos.

Cuando entró en las dependencias de correos, no había un alma. Salvo Natalia.

  • Buenos días caballero. ¿Qué es lo que necesita? Le dijo con una ironía que implicaba a la vez simpatía y complicidad hacia el.
  • Buenos días Natalia. Necesito que me ayudes para localizar el origen del franqueo de este sobre…

El plan había comenzado.

Continuará….

Ni que decir que esta entrada esta dedicada a mi buen amigo Cipri Quintas, y a todas las personas que componen y hacen del Silk Social Space un lugar mágico.















martes, 13 de junio de 2017

La búsqueda III

Aquellas letras escritas en una hoja arrancada de un cuaderno de anillas espirales, tenían una caligrafía tan bella que podía decirse que era una obra de arte. Si bien, le había dejado sorprendido, descolocado, pero sobre todo, habían abierto una herida que ya creía cicatrizada. ¿Quien le conocía así? ¿Quien tenía esos sentimientos hacia él? ¿Quien le llamaba a gritos en los silencios de cada noche?. Su cabeza intentaba hilar cualquier resquicio de todas esas mujeres que pasaron por  su vida, por su cama, pero al final sus pensamientos le llevaban a ella. A esa mujer que le partió el corazón en tantos pedazos como perseidas en una noche de agosto. 

Pero ella no podía ser. Ella era un alma libre, una mujer sin ataduras, sin compromisos, una mujer devoradora de experiencias, de vidas, de corazones. Y yo, sabiendo su "curriculum", caí en sus enredadas telarañas tejidas a la perfección como un insignificante insecto, que una vez pegado en ella ya sabe que será su fin.  

Esa noche no pudo dormir. En su cama revivió muchas de las noches que compartió con ella. Y en ese trance en el que los sueños se apoderan del alma de cada uno, volvió a hacer el amor. Y ella le volvió a jurar amor eterno...

El sábado estaba transcurriendo con normalidad. Aunque no había dormido mucho, se levantó temprano para hacer un poco de deporte. Paso también por el huerto para recolectar algunas hortalizas, unos tomates, pepinos, algún cebollino y unas lechugas rizadas, y antes de subir a la habitación, dejo las verduras sobre la encimera de la cocina. Entro en su cuarto o en su celda donde se recluye, se duchó, y una vez seco se tumbo en la cama aún deshecha donde volvió a leer la carta que ayer, en la radio, le había vuelto a castigar su corazón.  

Curtir un corazón dicen que es cosa de tiempo, pero el suyo estaba aún sujeto entre alfileres, con cinta adhesiva, como las grapas que unen las partes rotas de un folio de manera liviana, y si no lo sujetas con suavidad  se vuelven a desunir. Había trabajado para que las heridas cicatrizasen. Pero el corazón no entiende de tiempo, ni de razón, ni de terapias. El corazón palpita como quiere y con quien quiere. Y tuvo que ser una carta, esa carta precisamente la que le hiciera revivir situaciones que deberían de estar enterradas, o en su defecto, superadas. 

Se vistió. Un pantalón vaquero, una camisa floreada, unos náuticos azules, algo de perfume, era lo que había elegido para afrontar su nuevo plan. Bajó  hacia el garaje para coger su motocicleta con la intención de dirigirse a la oficina de correos.


En su mente estaba el indagar la procedencia de la carta aún sabiendo que no tenía remite, y con un sello de esos de empresa que tienen el franqueo pagado, pensó que podrían decirle qué empresa era la titular de dicho franqueo y sus posibles delegaciones o sucursales. Además, sabía perfectamente que las cartas dejan un residuo informático en la oficina central provincial de la procedencia. Era hora de sacar sus encantos masculinos para que su amiga Natalia le facilitara esa información, aun sabiendo la debilidad de esta hacia el.  Además, el sueño húmedo de la noche anterior le habían despertado  un apetito sexual que llevaba dormido demasiado tiempo...

Continuará. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

El triángulo

La sangre cubría casi la totalidad del suelo laminado de la habitación. El cuerpo de Pepe yacía sobre el pavimento, inmóvil, y por los orificios de las balas aún le salía vaho. Paula, quieta, inmóvil, petrificada como una estatua de sal, miraba el cuerpo de su marido muerto, con la mirada pérdida, e intentando explicarse como se había desencadenado todo. Tenía su cuerpo desnudo, lleno de sangre, por haberse quitado de encima el cuerpo de Pepe cuando calló sobre ella por los disparos recibidos. Parecía la musa de un pintor gore. El silencio se cortaba por la respiración agitada de Joan. Aún con su Walther P99 en su mano, asentado en el borde de la cama, desnudo, con los antebrazos apoyados en sus muslos pregunto:

- Y ahora ¿Qué?...


Pepe estaba teniendo una jornada tediosa. Miembro de la guardia urbana de Barcelona desde hacía catorce años, seguía siendo un guardia de barrio, al que le gustaba patrullar a pie por las calles de su querida Barcelona.   Una persecución a un vehículo robado que acabo con un accidente en pleno puerto olímpico, dos intervenciones por violencia de género, varias peleas entre drogodependientes cerca de las inmediaciones del camp nou, y unos avisos de robo en varios establecimientos regentado por chinos, le habían generado demasiado estrés. Necesitaba desconectar, y un fuerte dolor de cabeza acentuaba las ganas que tenía ganas de llegar a casa, pero faltaban dos horas para acabar su turno. Su mujer, Paula, también compañera y a la que había conocido dentro del cuerpo, había librado y estaría haciendo una suculenta cena como habían quedado, así que habló con el sargento de guardia para que le dejará salir antes. 

Una vez concedido el permiso, salió pitando de la comisaría. Solo tenía que caminar unos minutos para llegar a casa, así que compró unas rosas y una botella de vino. Camino por el paseo de Gracia hasta girar hacia la derecha por la calle Aragón, hasta llegar al apartamento que tenían en la calle Pau Claris. Abrió la puerta  sigilosamente para intentar dar una sorpresa a Paula. La puerta de entrada daba justo a la cocina. Allí no estaba. Giro sobre su derecha para entrar a hurtadillas al salón. Tampoco había nadie. Pensó que estaría comprando algo para cenar y que regresaría pronto. Se dirigió a su habitación para darse una ducha, pero ya en el pasillo escuchó algo parecido a un gemido. Al principio pensó que se estaría dando alguna crema de esas que utilizan las mujeres, pero según se acercaba a la puerta de la habitación, comprobó que había también una voz masculina, y, lo peor, que le era conocida. Abrió la puerta muy muy despacio, dejando una pequeña ranura para poder otear.   Tumbado en la cama boca arriba había un hombre con barba, y encima de este su mujer, la cual se movía pasionalmente, con sus manos apoyadas en el torso del hombre, mientras que esté le tocaba sus pechos. Siguieron con el ritual de sexo y pasión, gozando de cada embestida, acariciandose los cuerpos, besandose.  El se incorporó y puso a su mujer en la posición del perro, para entrar en ella por detrás, casi con violencia, mientras le agarraba con fuerza sus caderas. Los gemidos de los dos eran casi gritos. 


Pepe estaba petrificado.  Por su cabeza le estaban pasando infinidad de ideas, desde sacar su arma y matarlos a salir corriendo. Pero no podía ni hablar hasta que escucho de los labios de Paula la palabra "te quiero". Reaccionó, y como un volcán en erupción sin dejar de soltar lava, empezó a gritar mientras abría con violencia la puerta.

  • Eres una hija de puta. Ni siquiera has respetado nuestra cama. Y Escuchar de tu boca que le quieres. ¿Cuanto lleváis juntos?  Y tú, vístete y vete de mi casa.  Pero... ¿Joan?                    


Joan era también un miembro de la guardia urbana, que entró al cuerpo junto a él.  Era su amigo, su compañero. Y ahora era la persona que estaba en la cama y en la cabeza de su mujer. Y en la suya. 

Pepe se abalanzó hacia el con la intención de pegarle, de romperle cada hueso del cuerpo. Su odio y su ira se habían focalizado de golpe en el. Joan, viendo lo que se le venía encima,  buscó de encima de la mesilla su arma que había dejado al desnudarse, y antes de que Pepe cayera sobre el, vació su cargador sobre su pecho.

Continuara...